Aunque todas las madres lo hacen lo mejor que pueden, hay que entender que no todas tienen las herramientas o han tenido los recursos y capacidades para darnos lo mejor que merecíamos o necesitábamos.
En mi experiencia y por lo que he visto en mi entorno
cercano y deducido de libros y vídeos, el no tener un rol materno saludable,
crea en la persona adulta de ese niño o niña desamparado dos sentimientos muy
arraigados: estoy sola y tengo que salvar al que sufre.
No será de sorprender, que las personas salidas de
negligencia emocional en la infancia o abusos emocionales, por ejemplo,
resulten en la juventud o adolescencia como las amigas o amigos de aquellos
“perros verdes”, de los raros y raras. No será de extrañar que estas
supervivientes se junten con las desfavorecidas, con el niño tímido de clase,
con la chica que no hace amigos o con el niño incomprendido. La tendencia
errónea que se quedó “atascada” cuando éramos muy pequeñas/os sigue en
nosotras/os incluso en la adultez. La tendencia a salvar a las personas. Esto
puede derivar incluso en relaciones de codependencia donde constantemente se
necesita que la persona tenga alguna tara para poder ponerle soluciones y
ayudarla. El problema, es que engancha. Es muy satisfactorio ayudar a personas
desfavorecidas, de hecho, podría considerarse un don, según donde se mire. Porque no solo se desarrolla en la niñez esta tendencia hacia curar
a personas incapacitadas o de fuera del grupo, sino que se genera una
sensibilidad especial hacia ciertos detalles, que hacen que las personas
traumatizadas tengan la capacidad de captar detalles no verbales increíblemente
sutiles. Estas hipersensibilidades fueron desarrolladas de pequeñas y pequeños
para sobrevivir a esa mamá inestable emocionalmente o deprimida, a esa mamá que igual te
pegaba si no te comportabas bien o a la que no había que despertar porque había
bebido demasiado. (Son ejemplo con la madre al ser normalmente el rol cuidador
principal, pero puede ser igual de traumático que las conductas mencionadas
anteriormente las haga el padre y la madre no sirva de protección para la
pequeña o pequeño). Estas hipersensibilidades cuando crecemos consisten en
estar hiperalerta a las otras personas porque nuestro cerebro se ha
desarrollado del modo en que, las conductas de otras personas son peligrosas
para nuestra supervivencia, por lo que deberemos cuidarlas (fawn), salir
corriendo (flee), ser más fuertes que ellas (fight) o hacernos
muy pequeñitas/os para pasar desapercibidas (freeze).
Un ejemplo lo podemos encontrar en una persona que en un grupo
de gente va a controlar en todo momento las conductas y estado anímicos de las
demás, no por intererés quizás de manipular, sino porque instintivamente y
rápidamente su cerebro está desarrollado hacia esa dirección de supervivencia. Cabe
mencionar, sin embargo que, mientras que este resultado es normal dado la
trayectoria de vida de la persona, desde la psicoogía se trabaja para que estas
conductas no se conviertan en patológicas y deriven en distorsiones cognitivas
como “interpretaciones errónes" o “lectura del pensamiento”. No debemos
olvidar que podemos siempre intuir y resonará con nosotras aquello que nos es
familiar. Incluso podremos tener un sentido arácnido para detectar detalles que
otras personas no conocen, pero no debemos olvidar que nadie lee el
pensamiento. Las emociones y reacciones de las personas solo les pertenecen a
ellas. Nunca van a ser las mismas que las que nosotras conocemos, por muy
parecidas que parezcan.
Todo esto que comento arriba corresponde a esta tendencia
resultante del trauma de “cuidar de la persona”, como tuvimos que cuidar o
creimos tener que cuidar de nuestra mamá enferma que no puedo asegurarnos la
fortaleza que a ella le faltaba.
Por este mismo concepto de fuerza se desarrolla en la
persona la segunda consecuencia: yo puedo con todo.
Cuando sudece un trauma, la persona se fragmenta. La cabeza
de la persona se fragmenta. Así, en casos de abusos sexuales severos se ha
encontrado a mujeres con trastornos disociativos graves. En casos mucho menos
complejos, pero que también son traumáticos, encontramos que la pequeña o
pequeño, al no poder asumir la experiencia porque es desacabellada, traumática,
va a fragmentar la identidad en partes. Esas partes pueden estar muy disociadas
las unas de las otras (trastorno de la personalidad disociativo) o levemente
disociadas.
Para el segundo caso, es mi punto de vista el creer que se
desarrolla en la niña o niño traumatizado con una madre incapacitada esta otra
pequeña niña o niño separada de la identidad principal que funciona de protectora,
de escudo frente al mundo, de propulsor, en definitiva, de la madre fuerte que
no tiene.
En la edad adulta, esta “niña protectora” no desaparece,
sino que es la que genera una persona extremadamente eficaz o activa. Digo
extremadamente considerándose las cualidades de eficacaz y activa positivos. Me
refiero a personas incapaces de parar, incapaces de conocer la relajación
porque tienen que estar constantemente en movimiento, manteniendo sus mentes
ocupadas y alcanzando metas sin parar. Esas metas se pueden traducir en
conquistas (sexuales o amorosas), logros académicos, logros laborales, o
cualquier otro tipo de logro que separe a la persona de su propia identidad. El
fallo, en cualquiera de esos caminos hacia el logro, significaría retomar a la
niña o niño indefensa/o que no tuvo quien la protegiera del mundo y, para una
persona eso es muy doloroso de revivir. Es por ello que es más fácil volver al
automático y seguir tirando del carro y seguir consiguiendo cosas, que le
impidan percibir el dolor de su propia impotencia.
Consejo: ese vacío no eres tú, es lo que te hicieron. Tú eres suficiente, no tienes que demostrar nada.
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