La importancia de los primeros años

En su libro The Body Keeps the Score (“El Cuerpo Lleva la Cuenta”), Bessel Van Der Kolk nos recalca que las mujeres que han sufrido abusos sexuales de niñas tienen más probabilidad de sufrirlos de mayores (2014). En este misma línea, Fedina et al. explica que “las personas que han sufrido maltrato psicológico o emocional y/o abuso sexual en la infancia, así como aquellos que proceden de familias en las que se ejercía la prostitución, son más propensas a ser víctimas de trata” (2016).

Esto no ha de sorprendernos, puesto que a lo que nos exponemos en los primeros años de vida tendrá un grave impacto en cómo nos relacionemos con el mundo cuando seamos personas adultas. Así, según como la madre nos haya tratado, estableceremos una relación con nosotras mismas, y según nos haya demostrado su cariño, respeto y amor el padre, dejaremos que nos trate el mundo.

Todos estos procesos no suceden de manera consciente, sino que, en la infancia, nuestro cerebro se está desarrollando. A lo que estamos expuestas los primeros años de vida, será lo que la niña o niño integre como “normal”. Es decir, a una niña que su padre le tocaba, tiene más posibilidades de sufrir abuso sexual de mayor dado que no desarrolló habilidades para decir que no, o protegerse de situaciones similares: el lobo lo tenía dentro de casa.  Sin embargo, en la misma situación con un padre que demostró protección ante las amenazas del exterior, respeto al cuerpo y a la persona (de su hija y también su pareja), ha creado unos caminos neuronales completamente diferentes al primer ejemplo. En este segundo caso, será mucho más posible ir a buscar parejas donde el trato hacia ellas (cercano, empático) sea similar al de su padre, porque es lo que ella conoce.

En el primer caso, la víctima de abuso sexual no sabe que hay “opciones más allá”. Con lo que ella convivió la mayor parte de su infancia fue con un padre que constantemente violaba sus derechos, límites interpersonales y libertades. No será de extrañar que repita ese ciclo en la adultez, no por debilidad, sino porque para desmontar y construir formas nuevas de ser y estar harán falta nuevos conocimientos y nuevas experiencias positivas.

No hay que olvidar que, para las niñas y niños, hasta que no empieza la adolescencia temprana, sus progenitores son su mundo. Sus progenitores son los que dictan la diferencia entre el bien y el mal. Y no será, incluso, hasta la tercera infancia (Otero, 2024) que la infante empiece a diferenciarse de sus padres y madres. Si el progenitor ha abusado de ella en los primeros años de vida la lectura es la siguiente: si mi padre, que es mi protector, mi modelo, me hace daño, será porque soy mala, me lo merezco o he hecho algo mal para enfadarle. Nunca un niño o niña va a pensar que igual su padre tenía problemas psicológicos, de conducta o emocionales. Las culpas siempre van a ir dirigidas hacia ellas mismas.




Referencias

Fedina, L., Williamson, C., y Perdue, T. (2016). Factores de riesgo para el tráfico sexual infantil doméstico en los Estados Unidos. Journalof Interpersonal Violence, 31, 1-21.

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